31 de marzo de 2011

Los viejos de la Montaña en Nueva Segovia

(Salvador Guillermo Muñoz., Cuentos, Mitos y Leyendas de Nicaragua)


Cuentan que hace muchos años, en la montaña de Nueva Segovia, vivieron muy felices una pareja de esposos, el señor se llamaba Antonio y la señora se llamaba Juana, de apellidos Gurdián, ellos siempre estaban acompañados de los animales del bosque, en su rancho pernoctaban los mapaches, los monos, algunos coyotes y lobos, ciertos venados, en el techo dormían las aves de rapiña y de corral juntas sin dañarse, los loros, los pericos o chocoyos, dos garrobos, seis garzas, varias ardillas, todos vivían en paz con la naturaleza.

Cerca del rancho habían manantiales de agua fresca y cristalina, también pasaba raudo un riachuelo, que crecía de tamaño en los meses de invierno, habían árboles frutales, pinos, conacastes, cedros, caobas, varias ceibas majestuosas, árboles de fuego, flores de todos colores y fragancias: Rosas, claveles, nardos, jazmines, sacuanjoches, banderas, lirios, azucenas, gardenias, azahares, magnolias, crisantemos, siemprevivas, de tal forma que siempre estaba perfumado el ambiente, con aroma de perfumes naturales, era un olor agradable que al llegar a ese lugar no se querían regresar, lo mas asombroso era que a la hora de despertarse y de acostarse, todos los animales hacían una algarabía, cada uno cantando su propia melodía, que en su conjunto se escuchaba como una sinfonía de sonidos perfectos, interpretada por los pájaros, las aves y los animales del bosque, en perfecta armonía de sonidos y tonos musicales.

Esta pareja eran muy sabios, conocían de todo, lo habían logrado escuchando y aprendiendo de los animales, de las plantas, de los vegetales y minerales, todo el reino de la naturaleza les había ensenado a escuchar y de esa manera poder aprender de los sonidos del bosque y de la montana, ellos no tenían instrucción escolar, sin embargo sabían leer y escribir y lo habían hecho de una manera auto didacta, eran sabios sin saberlo, con esa sabiduría natural, que no esta en pugna por ganar premios ni reconocimientos, solo por el hecho de tener sabiduría y compartirla con quien la necesite, mediante los consejos a las personas que llegaban a consultarles sobre sus problemas.

Toda las personas que habitaban en los pueblos cercanos, visitaban a los dos viejos de la montaña, para consultarles sobre los problemas personales, en busca de sabios consejos, que recibían de la pareja de ancianos, a ellos le solicitaban consejos relacionados con las cosechas, con la familia, con las fiestas patronales, con las celebraciones de bodas, bautizos, confirmaciones, celebraciones de quince años, graduaciones de hijos, también sucesos transcendentales en épocas tristes como el deceso de un pariente, amigo o vecino, también les consultaban sobre diferencias de los limites de las tierras, demarcaciones, disputas de todo tipo, herencias familiares, en esos casos sus aves de rapiña, tales como: gavilanes, halcones, águilas; entre las aves de corral: gallinas, palomas, gallos, entre otras aves.

Su palabra era ley, lo que decían eso hacían, era su deber moral cumplir con los consejos que habían recibido, casi nunca se equivocaban en sus consejos, por eso reza el dicho: el que oye consejos llega a viejo! Un día llego un joven de nombre Anastasio, era muy soberbio y quiso poner aprueba la sabiduría del viejo Antonio, tratando de demostrar que el era mas sabio, por eso lo reto a una prueba en presencia de todos los habitantes del pueblo, le dijo que si era sabio que aceptaría lo que este le propondría, acto seguido le dijo: puede usted demostrar que es sabio?


Yo quiero hacerle unas preguntas en medio de la gente, para hacerlo quedar en ridículo. Antonio le dijo al joven Anastasio, que no estaba dispuesto a probar nada, que el no se consideraba sabio, que dejara de molestar, sin embargo el joven le volvió a decir, acaso tiene miedo de quedar en ridículo, demostrando que no es sabio ante los demás, el viejo le contesto de nuevo, que no tenia tiempo para esas cosas, pero su esposa le dijo, acepta lo que te propone, de lo contrario no te lo quitaras de encima, fue así que el viejo acepto el reto del joven y acordaron que llamarían a todo el pueblo de esa zona, para que observaran la prueba que el joven tenia preparada, a fin de demostrar que el viejo no era sabio, acordaron que esto lo realizarían el fin de semana próximo, en el atrio de la iglesia del pueblo, exactamente el día sábado a las 3 de la tarde, teniendo que bajar de la montaña, para llegar a la plaza y al atrio de la iglesia..

El joven se dedico a invitar a todos, asegurándose así que nadie faltara al momento que el joven haría la prueba al viejo, para demostrar que no era sabio, pasó el tiempo y llegó el día en que todo el pueblo estaba reunido en el atrio dela iglesia, entonces el joven antes de la reunión planeo y medito, la forma en que demostraría la ignorancia del viejo, diciendo para sus adentros: voy a coger un pájaro y lo voy a esconder detrás de mi sin que me lo vea el viejo, luego le voy a preguntar el pájaro que tengo detrás de mi ¿esta vivo o si esta muerto?, el no va a saber que decir, por que si dice que esta vivo, acto seguido le voy a torcer el pescuezo y se lo voy a enseñar, en el caso que me diga que esta muerto, lo voy a soltar y este saldrá volando, con lo que demostrare que no es sabio.

Llegó el momento de la reunión, todos estaban pendientes del resultado de la confrontación del joven hacia el querido viejo Antonio, este se notaba muy seguro de si mismo, viendo a los demás con seriedad y respeto, todos le saludaban muy afectuosos, le llegaban a abrazar y a darle confianza en que al final el saldría victorioso, que tenían confianza en su buen juicio y en su sabiduría.

Acto seguido se inició el debate y el joven saludo a todos y les explicó el motivo de la reunión, agradeciendo la presencia de la multitud, comenzó diciendo al viejo: Tengo un pájaro en mis manos, las tengo escondidas detrás de mi espalda, quiero saber si el pájaro esta vivo o esta muerto ¿Que dice usted Antonio? El viejo de la montaña, lo quedo viendo y le dijo después de quedarse pensativo por unos instantes: el destino del pájaro esta en tus manos, de ti depende que viva o que muera, acto seguido hubo un silencio profundo, nadie dijo nada, al final se oyó la voz entrecortada del joven, quien se disculpó del viejo, diciéndole que no hay sabio mas grande en el mundo, que el viejo de la montaña, enfatizando que de Dios y de nosotros depende nuestro destino, luego todos aplaudieron felicitando al joven y al viejo, acto seguido regresaron felices a sus hogares..

Las albóndigas del coronel

Rubén Darío


-¡ Oh señor, el mundo anda muy mal. La sociedad se desquicia. El siglo que viene verá la mayor de las revoluciones que han ensangrentado la tierra. ¿El pez grande se come al chico? Sea; pero pronto tendremos el desquite. El pauperismo reina, y el trabajador lleva sobre sus hombros el desquite. El pauperismo reina, y el trabajador lleva sobre sus hombros la montaña de una maldición. Nada vale ya sino el oro miserable. La gente desheredada es el rebaño eterno para el eterno matadero.

¿No ve usted tanto ricachón con la camisa como si fuese de porcelana, y tanta señorita estirada envuelta en seda y encaje? Entre tanto las hijas de los pobres desde los catorce años tienen que ser prostitutas. Son del primero que las compra. Los bandidos están posesionados de los bancos y de los almacenes.

Los talleres son el martirio de la honradez: no se pagan sino los salarios que se les antoja a los magnates, y mientras el infeliz logra comer su pan duro, en los palacios y casas ricas los dichosos se atracan de trufas y faisanes. Cada carruaje que pasa por las calles va apretando bajo sus ruedas el corazón del pobre.

Esos señoritos que parecen grullas, esos rentistas cacoquimios y esos cosecheros ventrudos son los ruines martirizadores. Yo quisiera una tempestad de sangre; yo quisiera que sonara ya la hora de la rehabilitación, de la justicia social. ¿No se llama democracia a esa quisicosa política que cantan los poetas y alaban los oradores? Pues, maldita sea esa democracia. Eso no es democracia, sino baldón y ruina. El infeliz sufre la lluvia de plagas; el rico goza. La prensa, siempre venal y corrompida, no canta sino el invariable salmo del oro.

Los escritores son los violines que tocan los grandes potentados. Al pueblo no se le hace caso. Y el pueblo está enfangado y pudriéndose por culpa de los de arriba: en el hombre el crimen y el alcoholismo; en la mujer, así la madre, así la hija y así la manta que las cobija. ¡Con que calcule usted! El centavo que se logra, ¿para qué debe ser sino para el aguardiente? Los patrones son ásperos con los que les sirven.

Los patrones, en la ciudad y en el campo, son tiranos. Aquí le aprietan a uno el cuello; en el campo insultan al jornalero, le escatiman el jornal, le dan a comer lodo y por remate le violan a sus hijas. Todo anda de esta manera. Yo no sé cómo no ha reventado ya la mina que amenaza al mundo, porque ya debía haber reventado. En todas partes arde la misma fiebre. El espíritu de las clases bajas se encarnará en un implacable y futuro vengador. La onda de abajo derrocará la masa de arriba. La Commune, la Internacional, el nihilismo, eso es poco; ¡ falta la enorme y vencedora coalición! Todas las tiranías se vendrán al suelo: la tiranía política, la tiranía económica, la tiranía religiosa. Porque el cura es también aliado de los verdugos del pueblo. El canta su tedeum y reza su paternoster, más por el millonario que por el desgraciado. Pero los anuncios del cataclismo están ya a la vista de la humanidad y la humanidad no los ve; lo que verá bien será el espanto y el horror del día de la ira. No habrá fuerza que pueda contener el torrente de la fatal venganza.

Habrá que cantar una nueva marsellesa que como los clarines de Jericó destruya la morada de los infantes. El incendio alumbrará las ruinas. El cuchillo popular cortará cuellos y vientres odiados; las mujeres del populacho arrancarán a puños los cabellos rubios de las vírgenes orgullosas; la pata del hombre descalzo manchará la alfombra del opulento; se romperán las estatuas de los bandidos que oprimieron a los humildes; y el cielo verá con temerosa alegría, entre el estruendo de la catástrofe redentora, el castigo de los altivos malhechores, la venganza suprema y terrible de la miseria borracha!

- ¿Pero quién eres tú? ¿Por qué gritas así?

- Yo me llamo Juan Lanas y no tengo un centavo.

Tomado del Libro de Rubén Darío, tercera edición del Editorial Nueva Nicaragua

23 de marzo de 2011

Ñor Anito

Adolfo Calero Orozco.

Lindos, caminos los del sur de Managua. Son como cintas caprichosamente desenrolladas del gran ovillo verde de La Sierra y que rodando-rodando alcanzaron a serpentear hasta el lago. Anchos caminos, arbolados a ambos lados, heridos en el medio por los filos chatos de las ruedas de las carretas y a trechos cubiertos de césped; un césped que por las mañanitas amanece lentejuelado gotas menudas de rocío que saludan al sol con diamantinos reflejos y más tarde se desvanecen en un adiós vaporoso.

Lindos caminos, más lindos que nunca en los primeros veranillos del invierno, cuando la lluvia les sació ya la sed calcinante de la Cuaresma, corriendo llena de burbujas entre los canjilones paralelos del centro, encharcándose a todo gusto en los bajos, lavando barrancos y laderas y reverdeciendo toda la vegetación.

El caminante sin prisa, jinete o peatón, puede recorrerlos más cómodamente con solo apartarse de los carriles del centro y seguir los ondulosos senderillos laterales, junto al alambrado escalonado de árboles, muchos de los cuales, fueron antes postes de la cerca, y luego son ambas cosas, como que en el tronco siguen sufriendo todavía el eterno mordisco del alambre de púas que como un acróbata infatigable salta de un tronco a otro, y se queda prendido de los dientes.

Los ranchos de las fincas rurales se asoman al camino con aire placentero alzado en el centro de pequeñas planicies engramadas, con el pozo a un lado y al otro la carreta desuncida, descansando mal acostada bajo el chilamate o el guanacaste, y acaso también los bueyes ramoneando indiferentes, por ahí o echados en una actitud que mas parece de pensadores que de rumiantes.

Fue junto a una de esas casucas del camino de Pochocuape que por primera vez vi a Ñor Anito, una mañana de agosto, cuando asuntos míos me llevaban a la sierra cada vez y cuando Ñor Anito sentado en un viejo taburete junto al rancho, del lado de la sombra hacía una figura patriarcal. Su cabello escaso, crespo, cano y mal peinado; oscuro la tez, blanca y poblada la barba, aunque no luenga, y surcado de arrugas en el rostro, dejaban ver a las claras que los inviernos de su vida eran ya muchos, tanto que su peso lo mantenía encorvado. Invariablemente guardaba entre sus manos un tosco bordon, largo como un cayado. Jamás le conocí sombrero durante los muchos meses que ocasionalmente pasaba frente a su posada; porque aquella finquita no era su casa, sino la de parientes bondadosos que generosamente le habían dado techo y sustento. Ñor Anito no tenía ya mujer ni le quedaban hijos; habría por ahí, si acaso, algunos nietos dispersos quien sabe por dónde. Ñor Anito estaba muy viejo, y no podía valerse más por sí mismo; era un rezagado.

Pero lo que no podía ya darle un tributo de sudor a la tierra que parecía negarle su seno, lo derramaba en bondad con sus semejantes. Lo digo así, aunque sólo una vez me detuve a verlo de cerca. Pero me basta para ello recordar su sacramental saludo siempre y cada vez que me tocó pasar frente a su posada. “Que Dios te lleve con bien…!” Y en el “en” de bien Ñor Anito hacía un calderón lleno de sincero deseo de que así fuera. Amable voz de anciano, ni trémula ni débil. Voz bondadosa, de amistoso acento, como uno suele, a veces oír voces.

Llegó a gradarme especialmente la figura roncana de Ñor Anito y al iniciar la jornada cada vez, ya pensaba y esperaba que lo veía, y que escuchaba su cordial saludo llenos de buena voluntad: “Que Dios te lleve con bien!”. Era confortable oír decir aquello en la soledad del camino; muchas veces lo recordé insistentemente, cuando la noche y la oscuridad llegaban a caerme antes del término de la jornada. Solo y en la oscuridad uno se cree más en manos de Dios que día y acompañado.

Una mañana de tantas pasé frente a la finca del cuento y Ñor Anito no estaba en su taburete. Ni siquiera el taburete de Ñor Anito estaba allí.

Debe haber sido una cosa de presentimiento: me detuve a pedir sin tener sed; en realidad quería saber de Ñor Anito, mi querido con quien solo una vez había llegado a cambiar unas pocas palabras fuera del “Adios, Ñor Anito”, “Adios, hijo. Que Dios te lleve con bien!”, que era algo sacramental.

Pues el viejito se había rendido a la tierra, que según los dueños de la finca “ya lo pedía”. Cómo? Cuando? “Pues antenoche, nadie supo ni a qué horas. Cuando amaneció. Ya Ñor Anito no amaneció”.

Y así, en el humilde cementerio rural, junto al camino, media milla más arriba, hubo desde entonces una cruz más.

Suerte la de Ñor Anito! Su cruz estaba también bajo sombra: un guácimo coposo tendía sobre ella la protección de sus ramas, como le gustaba tanto a él.

Yo no tuve ya más saludos del anciano, como antes al pasar frente a su anterior posada. Pero él sigue recibiendo el mío cada vez que desfile junto al grupo de cruces del camposanto rural. Buscaba la cruz bajo el umbrío guácimo y con voz audible le expresaba a mi amigo muerto los deseos en que abundaba mi corazón: “Buenos días, Ñor Anito. Que Dios los tenga con bien!”. Y cada vez que lo hice tuve la sensación de que hacía un pequeño abono por cuenta de una deuda mayo.

Entre compadres


Adolfo Calero Orozco

Hemos de trasladarnos a León, para empezar, y una vez allá, bajando por la Calle de Guadalupe, cruzar el puente y pasar dejando a la izquierda el viejo puente que guarda los venerados restos del inolvidable padre Juan José Solórzano y seguir hasta dar con el cementerio y salir de la ciudad, como quien busca para Salinas Grandes. A poco andar estaremos frente a la finca del Maestro Tano, el primero de nuestros personajes a quien corresponde presentar.

Tano Santamaría, un hombre de mediana edad, con cara de buen hombre, bigote entrecano, morena la tez, contextura recia y manos callosas, calzón azul, camisa de manta, zapatones y hablar suave y sombrero de pita gruesa con remiendos en copa y ala. Es el dueño de su chácara y el padre de la familia que la habita y cultiva, con más hijos que manzanas de tierra. Tiene vaca y caballo, pero desde hace años viene con la idea de que su finquita ganaría mucho con su carreta y sus dos yuntas.

Porqué llaman a nuestro hombre Maestro Tano, en vez de Tano a secas, es cosa que no se sabe a ciencia cierta; quizás ello se deba a la seriedad de su aspecto, a la gravedad –un poco torpe- de sus modales y su andar reposado. Realmente el Maestro Tano es uno  de esos tipos que da la impresión de andar siempre entre manos algún asunto que los trae preocupados, aún cuando solo caminen para estimular la digestión o se queden mirando sin ver. Lo aceptamos, pues, Maestro, tal como nos lo dan, igual que lo hemos aceptado como poetas, generales, ingenieros o sabios a otros tanto como Tano, sin más razón que la ley del menor esfuerzo, que nos hace más fácil tomar a la gente tal como a uno se la pasan sin la molestia de meterse a clasificarlos como debiera ser.

Los otros personajes a quienes cumple presentar son dos: el Doctor: gordo, viejo, de vivos ojos menudos que daban la impresión de estar semi-ocultos bajo la protección de unos anteojos de marco a la antigua y unas cejas boscosas, y vestidos siempre de casimir color de tela envejecida. Y don Chico, viejo también; pero con cara de bebé, lampiño, de tez rosada y un modo que parecía siempre dispuesto a dejarse engañar; cuando hablaba con alguien, seguramente tenía la vista en otra dirección que la de su interlocutor. Vestido de dril cube-tierra, faja de cuatro pulgadas de ancho, leontina y reloj de oro macizo.

Tanto el Doctor como don Chico son señores de millares de manzanas de terreno pobladas por millares de cabezas de ganado que se aguan en sus propios ríos. Viven en casas de ventanones enrejados, cuatro patios y amplio zaguán; casa grandes, viejas y olorosas a queso y estiércol. Y ambos son también compadres del Maestro Tano, a quien estiman por honrado, solícito y nada exigente ni gravoso, sobre todo. En más de una oportunidad –desde antes de encompadrar con ellos- el Maestro Tano les ha hecho comisiones buscándoles gente para sus trabajos, o comprándoles jarcias y arreos en el mercado a precios de pobre y sin cargarles nunca un níquel de más.

Sus vecinos sabían de los compadres del Maestro Tano, y –lo dijeran o no- se los envidiaban; hubo quien en su propia cara de Tano le soltara esta:
-“Maitró, cuando a usté le venga otro muchacho usté va a buscar al Señor Obispo para que se lo lleve a la pila”. Tano era buen-corazón y les perdonaba el rencorcito; a él le bastaba desquitarse contándoles de vez en cuando:  -“Pues un día tomándome un tiste n la casa de mi compadre Chico….” Se llenaba la boca el humilde finquero hablando de ellos.

Y llegó un día en que la vieja comezón por la carreta y sus dos yuntas se le hizo más seria y, cosa que nunca había hecho antes, se resolvió a molestar a sus dos compadres; estaba seguro que con doscientos córdobas le bastaría y seguro también que cualquiera de ellos se los facilitaría con gusto, sabiéndose él como se sabía honrado y cumplido y estimado de ellos, y conociendo a sus compadres tan solícitos y adinerados. Qué eran unos doscientos tayules para el Doctor o para don Chico? –Nada! La más última de sus queseras les daba poco en la semana si solo le sacaban doscientos córdobas.

Bajó pues el Maestro Tano  a León un día cualquiera y como la casa de don Chico le quedaba primero que la del Doctor, allí se detuvo. Claro está que lo recibieron como siempre: bien. –“Y que tal Maestro”-. “Dónde se había perdido?” –Deme razón del ahijado”. El, -aunque con la gana de su carreta en la cabeza- estaba más acostumbrado a hacer favores que a pedirlos y no sabía cómo empezar. Por fin resolvió y en la primera ocasión que le dio la plática empezó a decir que los fletes estaban subiendo, que un conocido suyo se había ganado como ciento ochenta córdobas jalando sal el verano pasado, y “ah si yo tuviera una carreta con dos yuntas, otro gallo me cantara…” El compadre Chico no se dio por aludido, pero el maestro Tano ya estaba adelantado y se le botó de una vez con lo del préstamo… La cara lampiña y rosada d don Francisco se volvió hacia él con cierta sorpresa. Tano como que quiso sentirse corrido y balbuceó una explicación pretendiendo aclarar que por puro cariño se venía él primero donde don Chico, pues –de verdad- su intención era pedírselos prestados al Doctor, y temerosos todavía de haber ofendido tal vez a su rico compadre con tal explicación, se callé enseguida y se sintió con los pies grandes y una cosa en la garganta que ni tragar saliva lo dejaba. Pero desde su butacón don Chico –tan bueno- vino a sacarlo del apuro: todo estaba bien y el deseo de la carreta y las yuntas, de lo más justo. Y no era lo más natural que Tano hubiera pensado en él para lo del préstamo? Los doscientos pesos estaban a la orden, claro! Lo único-y, puesto que su otro compadre el Doctor quería seguramente ayudarle- era pedirle su firmita garantizando el documento que suscribiría el Maestro Tano. No era casi nada; la plata se la desembolsaría él, y con mucho gusto. El otro no tendría más que poner su nombre al lado del de Tano Santamaría, que sabía firmar. Y algo más todavía: -serían doscientos córdobas lo bastante? Había que pensar en que las cosas estaban subiendo, y en lugar que fuera a faltarle plata después, porqué no sacar e un viaje los trescientos?

También los ponía don Chico a la orden de Tano, con mucho gusto! Todo lo que había que hacer era la simpleza aquella de pedirle al Doctor su firma. A un viejo amigo de la casa, como iban a poder negársela?

El pobre Maestro Tano, ante tanta generosidad de don Chico, sentía que se le ponían húmedos los ojos, y menos que ahora pudiera tragarse la saliva. Que injusto había sido el minuto que pensó que su compadre tomaba la cosa a mal y se disponía a negarle el préstamo. Otra vez volvió a sentirse el Maestro con los pies crecidos y su lengua perdida, pero otra vez don Chico –tan bueno siempre!- volvió a sacarlo del paso: -“Bueno, Maestro Tano, al camino se ha dicho. A ver al Doctor y pedirle el favor de la firmita que la plata es de usted, y aunque yo tengo que hacer ahora, no salgo hasta que usted vuelva con el sí del Doctor”.

Ahogándose en agradecimiento, el de veras bueno de Tano, se levantó y salió casi sin despedirse de su primer compadre. Como ya regresaría…

También en la otra cas fue recibido con la buena acogida de costumbre, y animado con el buen suceso de su primera intentona con don Chico, le fue más fácil exponerle la cosa al Doctor. Un poco largo el cuento, pero finalmente llegó a lo de la firmita.

Los ojitos menudos, vivos, protegidos tras los gruesos lentes y emboscados por marañosas cejas, parpadearon primero y enfocaron a Tano después. Infló su pecho el Doctor. Carraspeó. No dijo nada. Después, como hablando consigo mismo, Tano le oyó estas palabras:
-“Conque eso dice Chico…”  Luego otra pausa.

Al maestro Tano no le gusto todo aquello, y menos cuando su segundo compadre, al disponerse a dirigirle la palabra, golpeó con la palma de la mano la mesa que lo separaba de él. Y ahora en voz alta:
-Quiero que me diga, Maestro Tano: alguna vez le he negado yo algo a usted?
-Nunca Doctor.
-Acaso Chico es más amigo suyo o mas compadre suyo que yo?
-Los dos igualitos compadre.
-Entonces, por qué razón se fue usted adonde él primero? No estaba aquí su compadre, a las dos cuadras de la casa de Chico?
-Doctor… Compadre… pues… le diré.
-No hay diré que valga! No me gusta lo que ha hecho usted hoy. Me apena. Maestro Tano, que a la hora de querer unos centavos haya usted buscado a Chico primero que a mí. Que pensará Chico de mi?

La cosa era en vos enérgica y Tano estaba de veras arrepentido de haberse detenido antes en la otra cas. Bueno, pero al fin y al cabo todo estaba saliendo bien; tomaría los reales del Doctor y le rendiría las gracias a don Chico con las explicaciones del caso.

Pero la indignación del Doctor todavía no se había desahogado del todo, y sin darle tiempo de tartamudear las excusas que ya Tano quería presentarle, continuó:

-“Muy mal hecho, Maestro, muy mal hecho! Pero todo tiene remedio: (-Tano respiró con alivio-) y ahorita mismo se va usted a la casa de Chico y le dice que muchas gracias por sus reales; pero que no los queremos porque usted me tiene a mí para toda la plata que necesite!” Y luego siguió en voz más baja:
-“Váyase, Maestro y le dice a Chico que yo ya me quedé contándole los doscientos córdobas, y que lo único que le vamos a aceptar a él es su firmita…”